jueves, 10 de mayo de 2012

Agua tras los cristales

"Ahí estaba yo, como siempre. Sentado en esa misma silla, en esa misma habitación; ni cerca ni lejos de la ventana, ni lejos ni cerca de la puerta. La música sonando en mismo dial, en el de todos los días, con esa locutora desagradable que desprecia a su audiencia. Aún no entiendo por qué la sigo escuchando, será la costumbre o que hace días que el dial se quedo atascado y era otra de esas tareas acumuladas, una entre una gran montaña de años de dejadez y apatía.
 Solo una luz ilumina la habitación, momentánea, fugaz, etérea; acompañada de un estruendo que sirve para silenciar la radio y solo aquello que se encuentra entre mis manos es capaz de devolverle el saludo. "Limpia, fija y da esplendor" reza la culata, inscripción que mi abuelo había grabado tras verse obligado a enrolarse y dejar atrás sus estudios, jamás se rindió. Era fuerte, muy fuerte, o al menos más que yo. O  eso me digo mientras introduzco el calibre adecuado en el tambor; al quinto intento acierto.   
Rozo la inscripción con el dedo, miro tras el cristal mojado que me separa del exterior, de ese mundo que no esta hecho para mí. He asumido que no es su culpa, soy yo el que no lo entiendo. 
Suena el teléfono, lo dejo sonar, sigo mirando las gotas resbalar. Deja de sonar. No tarda en volver a sonar Danza Kuduro. Respondo. "Recoge la ropa, que estaba casi seca y baja las persianas que se me van a quedar los cristales hechos una pena". Cuelgo, me levanto... la recojo."

domingo, 12 de febrero de 2012

Triste canción de me intento hacer el interesante.

No se podía quejar, había tenido los que mucho consideraban una vida plena. De joven, habia disfrutado de la calidez del sol primaveral cuando salía a jugar debajo del árbol con sus hermanos, y eso, para él, era algo de lo que guardaba un grato recuerdo. Incluso tenían charlas interminables con los hijos de los vecinos, conversaciones que se alargaban hasta bien entrada la noche y que hacían que cayesen derrotados.

Cuando alcanzó la mayoría de edad, como muchos otros, se tuvo que marchar a trabajar, diciendo adiós a sus hermanos y amigos, reunidos alrededor de ese fantástico árbol que tantos buenos ratos les había hecho pasar. El   trayecto fue duro, iban hacinados, pero cuando la puerta se abrió, se quedo asombrado ante la magnificencia de las construcciones y el constante ir y venir de la gente urbanita. Fue una visión fugaz, pero que se le quedo grabada a fuego en su mente antes de entrar a trabajar en un supermercado. La visión de entrar en el mundo laboral le asustaba, pero no tardó en relajarse al ver que algunos de sus hermanos y vecinos también habían ido a parar a aquel mismo destino. Pero su estancia no era demasiado larga. Algo pasaba, algo no iba bien. Poco a poco sus compañeros desaparecían y eran sustituidos por otros a una velocidad que le resultaba inquietante, tanto que llegó a plantearse contactar con las autoridades, pero como si de una broma macabra se tratase, en el momento que consiguió un teléfono, corrió el mismo destino. Fue encapuchado por una mano callosa, y aunque era traslucida, no podía mas que intuir el entorno. "Un giro a la derecha, semáforo, giro a la izquierda", intentaba memorizar e trayecto, pero algo le decía que no tenia escapatoria. No tardó en encontrarse hacinado junto a otros muchos. Iban y venían, como en el supermercado, pero las caras que el rodeaban no eran las sonrientes y expresivas que le habían acompañado desde su infancia. Rostros lúgubres, demacrados le rodeaban en la oscuridad de su cautiverio, y la poca luz que les entraba solo indicaba una cosa: alguien se iría para no volver. Vivía el día a día asustado, en tensión constante hasta que comprendió que no le serviría de anda y abrazó su destino. Una fría mañana le llegó la hora, los mismos fuertes brazos que le habían trasladado a su largo cautiverio llevaban un cuchillo en la mano. Intentó gritar, pero no pudo, y antes de darse cuenta se encontró mutilado y fue devuelto a su celda. Las ligeras muecas que pudiesen haber sido interpretados por una tímida sonrisa, no eran más que una muestra de resentimiento y vergüenza hacia si mismo.
Los días pasaban, sus compañeros iban y venían a la misma velocidad  a la que él se pudría. Hasta que un día  unas manos mucho mas delicadas le cogieron con cariño...estaba débil, viejo, cansado. Lo único que oyó antes de caer en el eterno sueño fue "Hijo, que haces con medio limón pocho en la nevera".

Ale...a cuidarse!