jueves, 10 de mayo de 2012

Agua tras los cristales

"Ahí estaba yo, como siempre. Sentado en esa misma silla, en esa misma habitación; ni cerca ni lejos de la ventana, ni lejos ni cerca de la puerta. La música sonando en mismo dial, en el de todos los días, con esa locutora desagradable que desprecia a su audiencia. Aún no entiendo por qué la sigo escuchando, será la costumbre o que hace días que el dial se quedo atascado y era otra de esas tareas acumuladas, una entre una gran montaña de años de dejadez y apatía.
 Solo una luz ilumina la habitación, momentánea, fugaz, etérea; acompañada de un estruendo que sirve para silenciar la radio y solo aquello que se encuentra entre mis manos es capaz de devolverle el saludo. "Limpia, fija y da esplendor" reza la culata, inscripción que mi abuelo había grabado tras verse obligado a enrolarse y dejar atrás sus estudios, jamás se rindió. Era fuerte, muy fuerte, o al menos más que yo. O  eso me digo mientras introduzco el calibre adecuado en el tambor; al quinto intento acierto.   
Rozo la inscripción con el dedo, miro tras el cristal mojado que me separa del exterior, de ese mundo que no esta hecho para mí. He asumido que no es su culpa, soy yo el que no lo entiendo. 
Suena el teléfono, lo dejo sonar, sigo mirando las gotas resbalar. Deja de sonar. No tarda en volver a sonar Danza Kuduro. Respondo. "Recoge la ropa, que estaba casi seca y baja las persianas que se me van a quedar los cristales hechos una pena". Cuelgo, me levanto... la recojo."

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