miércoles, 24 de agosto de 2011

El huevo frito

Era un huevo frito, pero no uno cualquiera. De noble cuna, hijo de una larga estirpe de huevos dobles, incluso su padre, con puntilla. Pero él había nacido tullido, con una sola yema y ademas, rota. Su padre, orgulloso, no podía echarle del castillo, pero las miradas frías que le dedicaba cuando coincidían en el gran salón hacían que el dolor que sentía se acrecentase día a día. "Desde tiempos inmemoriales, nos hemos casado con chorizos y chistorras para crear almuerzos contundentes", eran palabras constantes en las pocas veces en las que su padre se dignaba a hablarle. Por eso, no es de extrañar que su corazón se llenase de gozo cuando se entero que su hijo, al entrar en la pubertad, había decidido tomar los hábitos y convertirse en monje huevil itinerante. Así, es como llegó a China, tras un camino plagado de aventuras. Allí conoció a una plantación de arroz con la que se casó, abandonando los hábitos de una manera no muy oficial, y como eran unos guarretes, se bañaban en tomate.
Amen.

Ale...a cuidarse!

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