martes, 26 de abril de 2011

Pepitunuk

Pepitunuk era un ser cándido y simpaticón que hacia las delicias de todas las menopausicas del bloque. A sus 9 años, con esa sonrisa pacifica y picarona, encandilaba a toda aquella mujer que osase pellizcar su tierna mejilla. Era el amo y señor del bloque de cuevas. Otros muchachos, a su edad, ya se dedicaban a la caza con sus padres trayendo carne de mamut para la familia. Pero Pepitunuk se pasaba todo el día tirado en casa haciendo las delicias de su madre, sus 10 tías, su abuela y su tatarabuela (la bisabuela se había mudado con un neandertal mucho mas joven) mientras curtían pieles de sol a sol con las que cubrir el delicado cuerpo del chaval.
Consciente del poder que tenia, una gélida mañana de invierno, decidió ir un paso más allá. Tenia ya un dientes de sable por mascota, pero necesitaba demostrarse que podía llegar donde nadie nunca había llegado. Lo tenía decidido, quería un dinosaurio dentro de su minicueva de construcción antigua. Y no uno cualquiera. Quería un Tiranosaurus Rex. Lloró, suplicó, se arrastró, puso la mejor de sus sonrisas pero la familia se negaba. “Como vas a meter un Tiranosaurus en casa, aquí tenemos poco espacio y seguro que el dientes de sable y él no se llevaran demasiado bien…pero si quieres, puedes tener un Velociraptor” Pepitunuk, al oír estas palabras, calmó su llanto y corrió a hacerse con un velociraptor mestizo a la tienda mas cercana. Compró un bonito huevo. Durante unos meses (mas de tres y menos de seis), Pepitunuk cuidó del huevo, aunque con el paso del tiempo se empezó a aburrir de él. Pese a ser más cariñoso que el dientes de sable, necesitaba mucho más cuidados que este. Pepitunuk, hastiado de los cuidados que requería, decidió ponerlo a la venta. La gente le decía que, pese a que estaba mal que se deshiciera de un ser vivo por un simple capricho, lo regalase para que el velociraptor tuviera una vida digna en casa de algún homo erectus que supiera el significado de la palabra responsabilidad. Pepitunuk se negó, era suyo, una cosa más que podía tener y disponer a su antojo. Le puso un precio estratosférico para un velociraptor mestizo ya crecido, siendo que el vecino del cuarto los regalaba. No pudo deshacerse de él pasados 2 meses, así que lo abandonó, como a otros tantos animales les había pasado antes, en la piedralinera camino de la playa. Pero el velociraptor mestizo creció, y  pese a que su cerebro tenía el tamaño de un cacahuete, no lo había olvidado. Así que, asilvestrado y con mucho rencor acumulado, volvió un año mas tarde al bloque de cuevas y despedazo a Pepitunuk. Por cabrón.

Ale…a cuidarse!


PD: Sé que molo mas que Gloria Fuertes.

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